martes, 8 de marzo de 2011

Omisión

Lo decimos muchas veces cuando vamos a misa: “confieso que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión”, y no siempre lo decimos con la lucidez necesaria, con la clara conciencia de lo que decimos.

Omitir a alguien de una lista es no ponerlo conscientemente, aunque podría estar en ella. Omitir es no hacer, no decir; abstenerse de hacer algo. Es, también retirar alguna palabra dicha, no por ser falsa, sino por ser inconveniente en una circunstancia dada.

Los pecados de omisión son los más sutiles, pero no los menos dañinos. “Yo no he hecho nada malo…”, podemos decir; pero se nos olvida añadir que hemos dejado de hacer mucho bueno por los que nos rodean, por los más pobres. El pecado de omisión es pecado de desperdiciar la vida que se nos ha regalado. Es dejar que, donde debían crecer plantas y frutos buenos de comer, proliferen malas yerbas y plantas estériles. Un huerto donde se deja  de trabajar se convierte en un erial o en una maraña de matojos, refugio de alimañas.

Así nos ocurre a nosotros, a fuerza de omitir lo bueno y lo justo estamos viviendo una vida superficial y dañina, para los demás y para nosotros mismos. Entretenidos en estupideces, omitimos luchar por un mundo en el que todos los niños tengan que comer, y todos los jóvenes un horizonte de futuro digno. 

¿Cuándo nos convocaremos por “tuenti” o por “facebook” para salir a la calle y exigir trabajo para todo el que no lo tiene? La fe cristiana es luz para nuestra vida personal, por supuesto. Pero también ha de ser impulso para luchar por un mundo más justo y menos corrupto.

J. J. Castellón

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