miércoles, 30 de enero de 2013

Apoyado en una esquina

Desde pequeño siempre he sido muy observador. No es algo que haya adquirido ahora con el trabajo social y la antropología. Quizás tenga que ver esa parte de mi infancia en la que por obligación debía estar al cuidado de personas muy mayores y, por qué no decirlo, un poco criticonas, de esas que salen a la puerta a barrer sin mirar al suelo.

Así, conocí a personas que su máximo afán era venirse a la peluquería que por aquellos entonces tenía mi madre en una habitación de mi casa, símplemente a pasar las horas muertas en la "sala de espera" (que eran las sillas de la misma peluquería). Un limpiadito a la casa, la comida hecha, los niños en el colegio/calle jugando, y ellas sin otra cosa mejor que hacer (o querer hacer).

Si lo anterior lo hacían las mujeres, mucho más me desconcertaban los hombres. El que no trabajaba, se levantaba a las 6 de la mañana, iba al bar, se tomaba su copa de sol y sombra, y a una de las esquinas del barrio. Allí pasaban las horas, mirando de un lado a otro con las manos en la espalda (si estaban solos), o también criticando a otros/as (si estaban en grupito). A las 12 de la mañana, de nuevo al bar a tomarse varios vasos de vino a 5 duros, y de nuevo a la esquina hasta la hora de comer. Por la tarde se repetiría el mismo proceso.

Estoy hablando de hace unos 15-20 años aproximadamente, y aunque en la actualidad han cambiado algunas costumbres, sigo observando algunas que permanecen casi inmutables, e incluso son intergeneracionales. Por ejemplo, ya hace tiempo que no veo a mujeres concentradas en un local comercial poniendo a parir a otras, aunque las que se criaron en ese ambiente de pequeñas y ahora tienen unos 30 años, salen a "barrer" como sus antecesoras. En el caso de los hombres, el fenómeno se ha extendido. Ahora veo a gente en las distintas esquinas del barrio, o que van rotando de una a otra. (Quien dice esquina, también es extensible a "apeadero de renfe"). Ya no son sólo personas mayores, sino también hombres de mediana edad que, con el tiempo, se han acostumbrado a la llamada "cultura de la paguita" que mi antigua profesora Rosa Díaz recoge en su tesis. "Tengo mi pensión/tengo la ayuda familiar/servicios sociales me paga luz, agua y comida. Y yo, a la esquina. ¿Para qué quiero más?".

Y ahora diréis: ¿a qué viene todo este rollo? Cada vez que paso por estos lugares y veo a la misma gente de toda la vida (menos los que ya faltan porque la vida no es eterna), y a nuevas generaciones que van adquiriendo las mismas costumbres, me planteo en qué se ha equivocado nuestra educación para que las máximas aspiraciones de una persona sean esas. Dicen que uno "se hace" a la rutina, pero como todo, lo intento aplicar a mi vida, y me da un miedo terrible convertirme en alguien cuya meta es tan corta...A jóvenes que se resignan al paro o simplemente pasan porque tienen ese "colchón familiar" donde amortiguar su economía y al que pronto se le saltarán algunos muelles...

No paro de pensar en cuál sería el camino más indicado para acompañar a esas personas a poner su línea de meta un poco más alta, aunque por otra parte también pienso que si ellos son felices con esa vida, ¿quién soy yo para decirles nada? Divagaciones caóticas de mi mente.

PD: A muchas de esas personas les tengo mucho cariño; no es una crítica destructiva de ninguna manera, porque ahí entran amigos, familiares y gente muy allegada. 

1 comentario:

Juan Gil dijo...

Hola Jaime: me alegra una jartá que haya gente que haga esta reflexión.
Yo pienso que hay una parte de la población, que efectivamente tiene esas metas, que sin duda ha aumentado por los tiempos que vivimos, pero también pienso en la cantidad de chavales que no se ven en esa situación y que están pensando cómo salir adelante. Lo malo es la migración a otros países y de gente que vale.
Lo peor de todo es el actual conformismo que existe en este país ahora mismo y más ante los escándalos y la corrupción que escuchamos día tras día.
Cuenta conmigo. Te apoyo. Juan